El síndrome de la Navidad: cuando ser feliz es una obligación

Por Elena Mayor Lozano, CEO en EmotionHR y vicepresidenta de la Asociación Nacional de Felicidad de Personas y Organizaciones, Conciencia y Compasión.

Cada año, muchas personas temen la llegada de las fechas navideñas. Durante los días previos al mes de diciembre, es frecuente escuchar a muchos lamentarse por la llegada de estas fiestas. “A mi no me gusta la Navidad”, escuchamos cada vez con más frecuencia. ¿Existe un síndrome navideño?

Cada año me pregunto si este sentir, cada vez más generalizado, no será un síndrome, como un virus que alcanza el corazón y las tripas de muchos cuando, con la primera iluminación de los comercios a mediados de noviembre, comenzamos a anticipar las celebraciones navideñas. Según la RAE, un síndrome es un conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o un estado determinado.  ¿Qué síntomas caracterizan este síndrome?

Los contagiados por el virus de la Navidad muestran síntomas relacionados con la melancolía, la tristeza e incluso el dolor. Concentran su mente en el pasado y parecen transportados a otros momentos lejanos durante unos días, hasta que todo vuelve a la normalidad en Enero. Los contagiados por el virus navideño parecen envueltos en una profunda tristeza que, además, están obligados a disimular. La Navidad es la época del año en la que abrimos nuestra mochila emocional y dejamos que todo el dolor del pasado se quede unos días instalado en nuestras vidas.

«Los contagiados por el virus navideño parecen envueltos en una profunda tristeza que, además, están obligados a disimular. La Navidad es la época del año en la que abrimos nuestra mochila emocional y dejamos que todo el dolor del pasado se quede unos días instalado en nuestras vidas».

La celebración navideña está íntimamente relacionada con la familia y esa mirada al pasado suele estar relacionada con repasar lo que hemos perdido, lo que se fue y ya no está. A lo largo de la vida, las familias cambian: unos se van para siempre, desapareciendo permanentemente de nuestras vidas y los echamos de menos profundamente. Otros están lejos y sentimos que no estamos completos, sin ellos en nuestras celebraciones. Finalmente, más recientemente, está el fenómeno de los pequeños que celebran la Nochebuena en otra casa y en otra mesa, alejados de nosotros. Recuerdo con profundo pesar el primer año que mis hijas no estaban en mi mesa el día de Navidad, tras mi divorcio.

«Más recientemente, está el fenómeno de los pequeños que celebran la Nochebuena en otra casa y en otra mesa, alejados de nosotros. Recuerdo con profundo pesar el primer año que mis hijas no estaban en mi mesa el día de Navidad, tras mi divorcio».

El síndrome tiene una serie de síntomas inequívocos y una causa clara: la soledad. Desde los que no tienen familia con quien celebrar y se toman las uvas en soledad, hasta los que están rodeados de familiares que no reconocen como tales porque las rencillas internas son las verdaderas protagonistas, todos sufren en silencio una falta de amor disfrazada de soledad.

Esa soledad interior que duele físicamente se siente doblemente porque no nos permitimos expresarla. La Navidad es una época feliz, de celebración, de música y risas y no hay espacio para las lamentaciones de los que se quejan. No tenemos permiso para sentirnos mal, así que ahogamos el llanto interior con una espléndida falsa sonrisa y somos obligadamente felices, reprimiendo por obligación la expresión de lo que sentimos. Y terminamos convirtiendo la navidad en un momento de falsos sentimientos y finalmente odiamos la felicidad obligada de estas fechas.

«No tenemos permiso para sentirnos mal, así que ahogamos el llanto interior con una espléndida falsa sonrisa y somos obligadamente felices, reprimiendo por obligación la expresión de lo que sentimos».

En el mundo que hemos construido de falsa felicidad, somos tóxicos si expresamos emociones negativas. Si no lucimos una espléndida sonrisa, si expresamos tristeza, somos dañinos para los demás. Somos tóxicos si expresamos culpa porque alguien se fue sin que yo le dijera lo que le quería y sé que ya no podré jamás expresárselo; somos tóxicos porque nos lamentamos y añoramos a nuestros pequeños, mientras recordamos con una lágrima, el año anterior con la familia unida; somos tóxicos si sufrimos porque nuestros hijos están lejos y no se reunirán este año en Nochebuena. Somos tóxicos si sentimos dolor…

Y yo me pregunto, ¿qué debemos sentir?, ¿qué es exactamente ser tóxico?, ¿qué podemos expresar? ¿tenemos derecho a estar tristes? ¿los demás tienen derecho a estar contentos y no ser molestados con nuestro pesar? ¿debemos reprimir nuestros sentimientos o debemos expresarlos?.

Tengo la absoluta convicción de que cuando reprimimos lo que sentimos, no liberamos las emociones y éstas se alojan en algún lugar de nuestro cuerpo, como energía densa, no liberada y finalmente se expresa en forma física. Me parece importante aprovechar estos momentos de introspección, de expresar emociones, para identificar físicamente el lugar del cuerpo en el que se aloja esa densa energía y así liberarla y purificarla. Expresar es necesario para no alojar el dolor en el estómago y después vomitarlo al finalizar la cena, para no transformarlo en una espantosa migraña. Si duele hay que llorar, hay que sentir, dejar que la emoción corra desbocada y sentir profunda y físicamente cómo se expresa en la garganta, en el pecho, en el estómago. Y permitirnos sentir para liberar.

«Tengo la absoluta convicción de que cuando reprimimos lo que sentimos, no liberamos las emociones y éstas se alojan en algún lugar de nuestro cuerpo, como energía densa, no liberada y finalmente se expresa en forma física».

Expresar y sentir es bueno de una manera íntima, dentro de nuestro proceso de sanación individual, sin involucrar a otras personas. Pienso que cada uno debe trabajar en su propia felicidad y creo firmemente en el trabajo de construirla. Y se construye día a día, siendo conscientes de nuestras necesidades y compasivos con nuestros sentimientos. La felicidad es ser coherente con nuestras emociones, es cuidarse y mimarse. Es buscar un remedio para nuestro síndrome en la no obligación de estar permanentemente contentos, es decir No a la felicidad obligada de la Navidad.

«La felicidad es ser coherente con nuestras emociones, es cuidarse y mimarse».

Si algunos faltan en tu mesa la próxima Nochebuena porque están lejos o porque ya no están; si eres tu el que estás solo porque estás lejos o porque no tienes familia; si has abierto tu vieja mochila llena de emociones de culpa, llenas de pasado doloroso, me gustaría decirte algo: PERMITETE SENTIR. Permítete expresar tu dolor en soledad para poder sentir intensamente, para no necesitar el alivio buscado en las palabras de otros, para que el dolor sentido sin restricciones nos limpie la emoción por dentro y salga liberado al exterior. Para no acumular energía negativa que nos daña, para sanarnos, para ser coherentes con nosotros mismos. Para perdonar en soledad lo que hicimos, lo que no dijimos, lo que sí dijimos y no podemos borrar y, en definitiva, para lamer nuestras viejas heridas, siendo compasivos con nosotros mismos. Quizá deberíamos alegrarnos de contar con unos días al año que nos permitan hacer una parada y poder sentir a raudales, para sanarnos en soledad y continuar componiendo ese gran YO que siempre está en construcción.

«Permítete expresar tu dolor en soledad para poder sentir intensamente, para no necesitar el alivio buscado en las palabras de otros, para que el dolor sentido sin restricciones nos limpie la emoción por dentro y salga liberado al exterior».

Todo síndrome tiene un tratamiento. Para el síndrome navideño, yo tengo uno que podría resumirse en tres pasos: sentir en soledad, sin victimizarse; identificar el lugar del cuerpo en el que se ha instalado el dolor físico y sentirlo sin restricción, darnos este permiso para sentir y sólo después, cuando sea posible, AGRADECER. ¿Te sorprende que te diga que agradezcas cuando sientes emociones a veces tan negativas?

Cuando abrimos nuestra mochila emocional, estamos destapando las heridas para sanarlas y quizá es un buen momento para recordar también los buenos momentos y agradecer lo vivido, para agradecer nuestras decisiones de liberación, de dejar ir, agradecer que avanzamos, que la vida sigue y que traerá nuevas oportunidades. Todo eso es liberador y sanador.

«Cuando abrimos nuestra mochila emocional, estamos destapando las heridas para sanarlas».

Esta Navidad, date permiso para sentir tu dolor, sin implicar a otros, sin expresar una falsa felicidad, en soledad, para que sea sanador, para poder convertirlo en agradecimiento, para seguir construyendo esa obra de arte que tienes la responsabilidad de construir: un yo resiliente, agradecido y cada vez más lleno de amor.

No te deseo una Feliz Navidad porque eso significa esperar que lo que te pasa ahí fuera sea positivo, te deseo que seas tú feliz en Navidad, que sigas construyendo el difícil edificio de tu bienestar, tu obra maestra.

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