El drama de muchas familias con personas mayores

Por Mª Jesús Álava Reyes, presidenta de Apertia-Consulting y de la Fundación María Jesús Álava Reyes. También dirige el Centro de Psicología Álava Reyes y el Instituto de Bienestar Psicológico y Social.

En este espacio hemos hablado ya de las personas mayores, de la soledad que pueden sentir, de cómo la pandemia les influyó y condicionó negativamente sus vidas.

También hemos tratado el Síndrome del Cuidador (quién cuida al cuidador), pero hoy queremos centrarnos en una situación muy humana, muy actual y muy del día a día; algo que preocupa a miles y miles de familias: ¿qué hacer cuando la situación se vuelve insostenible?, cuando hay que tomar medidas que no deseamos, cuando hay que decidir si la persona mayor sigue en casa o si es el momento de llevarla a una residencia.

¿Hay signos que nos indican claramente que una persona mayor ya no puede continuar en casa?

  • Sí, cuando la situación se hace insostenible desde el punto de vista físico o psicológico.
  • Cuando la convivencia en el seno de la familia es muy difícil, con situaciones muy límites y con un desgaste imposible de soportar.
  • Cuando la infraestructura que necesita la persona ya no puede mantenerse en el tiempo, o no nos garantiza su correcto cuidado (hasta 2 cuidadoras diarias y lo mismo el fin de semana)
  • Cuando la persona “cuidadora” ha llegado al límite y necesita poder respirar.
  • Cuando la persona mayor precisa un tratamiento y un seguimiento médico que no se puede garantizar desde casa.
  • A veces los condicionantes físicos hacen que sea muy difícil la estancia en una casa (necesitan grúas para movilizar), ayuda especializada, fisioterapia…
  • Cuando su deterioro cognitivo nos indica que lo más recomendable es que esté en un centro donde puedan atender su situación actual, pues ese deterioro provoca situaciones que hacen imposible la convivencia y ocasionan un sufrimiento enorme.
  • En definitiva, cuando desde un punto de vista muy objetivo, los obstáculos o los inconvenientes para permanecer en la casa nos indican que ha llegado el momento de tomar esa difícil decisión.

¿Es casi siempre un problema que se podría salvar con infraestructura y recursos económicos?

No, no es así, aunque es verdad que en muchos casos eso supone una ayuda inestimable.

A veces, una buena infraestructura, un buen soporte logístico, puede conseguir que la persona siga en casa durante mucho tiempo, pero hay algo que el factor económico no puede suplir, y es el SOPORTE AFECTIVO; la implicación de la familia, la relación con la persona mayor, el que se sienta querida por los suyos, atendida, cuidada, mimada…, tratada con la paciencia y el cariño que precisa.

Hay personas con pocos recursos económicos que son capaces de suplir esa carencia, con la implicación generosa de la familia, pero, cuidado, porque hay un límite a partir del cual la situación se vuelve insostenible.

«Si llegas al agotamiento, la relación y la convivencia, tarde o temprano, implica un deterioro imposible de soportar en el tiempo».

En estas circunstancias ¿quién se siente peor?, ¿la persona mayor que es trasladada a una residencia, o el familiar que toma esta difícil decisión?

Tendríamos que analizar cada caso, sus circunstancias, sus situaciones, sus vivencias, sus emociones…

Si la persona mayor conserva plenamente sus facultades cognitivas e intelectuales,  le puede resultar muy difícil esta vivencia; aunque también dependerá de su forma de ser (personas mayores muy generosas que asumen esta situación, y personas autoexigentes o más egoístas, que hacen muy difícil esta decisión a los hijos).

En cualquier caso, cuando conservan todas sus facultades mentales, si la opción es ir a una residencia, haría bien la familia en proporcionar a la persona mayor el apoyo psicológico que le permitirá afrontar esta situación en las mejores condiciones. A veces, ese apoyo puede llegar a través de las pautas y orientaciones que facilitemos a los hijos.

Pero, por lo general, los hijos, las hijas o los familiares que toman esta decisión, si son personas sensibles, lo pasan muy, muy mal.

Lo pueden vivir como un fracaso, incluso como una traición, y experimentan un sufrimiento difícil de sobrellevar, si se sienten culpables.

«Hay personas para las que esta situación y esta decisión marcan sus vidas y son incapaces de perdonarse».

¿Cómo podemos conseguir el equilibrio entre el cuidado físico y emocional que debe tener la persona mayor y el sentimiento de culpa que puede sentir su familiar?

  • Ser muy objetivos con la situación y saber que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a juzgar nuestra situación y decirnos lo que hay que hacer.
  • Da mucha tranquilidad saber que la decisión se ha tomado basándose en el análisis objetivo de la realidad, y no para satisfacer intereses personales.
  • No podemos pedirnos imposibles. Una cosa es lo que nos gustaría hacer y otra es lo que podemos hacer, lo que está en nuestras manos.
  • El sentimiento de culpa por no disponer de medios e infraestructura suficiente para que la persona mayor pueda seguir en casa, sólo podemos combatirlo asumiendo nuestras limitaciones (somos humanos, y hay límites que no podemos superar).
  • El perdón es más fácil de conseguir cuando sentimos que hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, cuando no nos juzgamos con una dureza imposible de soportar.
  • Pero si la decisión es una residencia, volquémonos en que la elección sea la mejor, dentro de nuestras posibilidades.
  • Llevar a un mayor a la residencia no significa abandonar a esa persona. Pensemos serenamente cómo podemos seguir formando parte activa de sus vidas, cuántas veces podemos visitar a nuestro familiar, cómo podemos contribuir a que su vida en la residencia sea la mejor posible, cómo nos aseguramos de que recibe los mejores cuidados, cómo conseguimos que siga sintiéndose una persona querida e importante en nuestras vidas…
  • Cuando alcanzamos la tranquilidad de saber que está bien cuidada físicamente, nos queda a nosotros la tarea de completar su bienestar a nivel emocional.

Caso práctico

  • Mujer de 89 años con un proceso de deterioro cognitivo ya bastante avanzado.
  • El marido murió hace 7 años y a partir de ahí empeoró mucho y su deterioro cognitivo se agravó con mucha rapidez.
  • Tiene 2 hijos (una hija y un hijo). El hijo se ha desentendido totalmente del caso, y desde que murió el padre dijo que había que ingresarla.
  • La hija se ha resistido con todas sus fuerzas, pero la situación se hizo imposible (dos personas contratadas para atenderla, durante el día y por la noche, y la hija íntegramente con la madre el fin de semana, con el desgaste físico y emocional que eso ha supuesto, pues lleva años sin tener un fin de semana libre).
  • Económicamente la situación se hizo insostenible, la hija había agotado todos sus ahorros y el hermano no quiere contribuir a los gastos.
  • Llegó un momento en que la madre, debido a su deterioro cognitivo, empezó a mostrar un comportamiento agresivo, siendo muy déspota especialmente con su hija y con conductas compulsivas.
  • Al final la hija la llevó a una residencia; al principio el sufrimiento era atroz, pues la madre la chantajeaba cada día, en cada visita, diciéndole (los días que estaba más lúcida) que era una mala hija, que se la había quitado de encima, que cómo podía tener la conciencia tranquila, que su hermano era mejor persona que ella… (esto es muy habitual, el que menos se ocupa es al que más disculpan).
  • Finalmente, como vio que la situación no tenía marcha atrás y que, cuanto peor trataba a su hija, esta se quedaba menos tiempo con ella, poco a poco empezó a integrarse y a participar en actividades de terapia ocupacional con otras internas.
  • Actualmente, la madre disfruta cuando acude su hija y la reconoce –lo que no pasa siempre­–, está entretenida en la residencia, y la hija, por fin, NO SE SIENTE CULPABLE, pero tuvimos que trabajar mucho con ella para que pudiera afrontar la situación, tomar la decisión que tanto le costaba y, posteriormente, aguantar el tirón hasta que ha comprobado que hoy su madre está bien integrada y bien cuidada física y médicamente. El cuidado afectivo se lo proporciona ella.

Reflexión final

«Los hijos que quieren profundamente a sus padres, que temen defraudarles y que tienen que tomar una decisión muy difícil, conviene que recuerden que lo que nadie puede darles es su amor, su compañía, su entrega generosa y su cariño incondicional».