Redacción ‘MS’- La deglución es una función tan cotidiana que, por lo general, no se toma conciencia de su complejidad hasta que aparece una dificultad. La disfagia, un trastorno de la deglución que implica dificultad para trasladar alimentos, líquidos o saliva desde la boca hasta el estómago, es más frecuente de lo que se cree. «Las estimaciones actuales indican que más de dos millones de personas en España presentan disfagia y alrededor del 90% no están diagnosticadas, lo que implica que no reciben ni el tratamiento ni la alimentación adaptada que necesitan», destaca Roberto Jurado López, logopeda de IMQ y miembro de la Junta Directiva del Colegio de Logopedas del País Vasco.
El mayor desafío de esta patología es la detección precoz, por dos motivos fundamentales. «Primero por la seguridad del paciente, debido al riesgo de infecciones respiratorias y neumonías por aspiración, que pueden ser mortales, y segundo, por el estado nutricional del paciente, ya que la disfagia puede provocar pérdida de peso, desnutrición y deshidratación, abriendo la puerta diversas enfermedades y síndromes».
Para entender la disfagia es importante recordar que la deglución es una función neuromuscular compleja, que exige una coordinación precisa entre los músculos y los nervios de la boca, la faringe, la laringe y el esófago. Aire y alimentos recorren el mismo trayecto hasta la laringe, punto donde ambas vías se separan: el aire se dirige hacia los pulmones y el alimento sigue hacia el estómago. «Cuando los alimentos o los líquidos entran en los pulmones, se da la broncoaspiración, que puede dar como resultado su obstrucción o inflamación e, incluso, infecciones graves, como neumonías por aspiración», explica el logopeda de IMQ.
Colectivos afectados
En adultos, la disfagia suele ser un síntoma asociado a diversas patologías, especialmente a enfermedades neurológicas como la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), párkinson, ictus, ciertos tipos de esclerosis múltiple o traumatismos. También puede deberse a alteraciones musculares o esofágicas, así como a efectos secundarios de tratamientos como la radioterapia en casos de cáncer, cirugías de cabeza y cuello, quemaduras o periodos prolongados de intubación.
Un grupo especialmente vulnerable, a menudo poco visibilizado, es el de las personas mayores. «Con el envejecimiento, se produce una pérdida de masa y fuerza muscular, incluida la musculatura implicada en la deglución, lo que aumenta el riesgo de disfagia. Por este motivo, es conveniente que los centros residenciales cuenten con profesionales especializados, como logopedas, para su detección y abordaje», detalla Roberto Jurado López.
En el caso de bebés y niños, la disfagia también puede presentarse, especialmente en el contexto de trastornos del desarrollo o condiciones que afectan la coordinación motora oral.
Señales de alarma
Tal y como enumera, los primeros signos o síntomas que pueden indicar la presencia de disfagia «suelen ser episodios de tos o atragantamiento durante las comidas, sensación de que los alimentos “no pasan”, dolor o molestia al tragar y cambios en la calidad de la voz después de deglutir».
Existe también otro tipo de señales menos claras pero que las familias pueden detectar, como son: «la pérdida de peso sin motivo aparente, que la persona tarde más tiempo en completar una comida o se fatigue, cambios en los hábitos alimentarios o infecciones respiratorias que se repiten».
Ayuda desde la logopedia
El manejo de la disfagia requiere de la coordinación de un amplio equipo de especialistas: desde los médicos de atención primaria a otorrinolaringólogos, neurólogos, personal de enfermería, nutricionistas y dietistas, fisioterapeutas, radiólogos, psicólogos y, por supuesto, logopedas, entre otros. A todos ellos hay que sumar a una figura fundamental, la de las personas que acompañan y cuidan al paciente en su día a día. «Sin ellas, no podemos garantizar una intervención efectiva».
La logopedia, como profesión sanitaria, se ocupa de evaluar, diagnosticar e intervenir en los trastornos de la deglución. «Tras recoger el historial clínico, se lleva a cabo una exploración detallada de los órganos orofaciales: movilidad, tono, reflejos, eficacia de la tos y otras funciones implicadas. Posteriormente, y utilizando espesantes de distintas densidades, se realiza un cribado clínico para determinar qué texturas y volúmenes pueden ser ingeridos sin riesgo. Esta valoración se complementa con pruebas instrumentales como la videofluoroscopia de la deglución o la endoscopia de la deglución, realizadas en centros médicos especializados. Con toda esta información se diseña un plan de tratamiento individualizado y ajustado a las necesidades específicas del paciente», detalla el logopeda de IMQ.
Para restaurar la función deglutoria en la medida de lo posible, favoreciendo una alimentación oral segura y eficaz, sin riesgo de aspiración y con una adecuada hidratación y nutrición, los logopedas se valen de «ejercicios orofaríngeos, técnicas de estimulación sensorial, de estimulación neuromuscular eléctrica y diversas estrategias compensatorias, como ajustes posturales, maniobras deglutorias y adaptaciones en las texturas de alimentos y viscosidades de los líquidos».
Humanización y tecnología
En el ámbito de la disfagia, los avances tecnológicos basados en inteligencia artificial también están mejorando la detección temprana y las herramientas de cribado. Existen aplicaciones móviles de seguimiento para registrar síntomas, recordar recomendaciones diarias, monitorear la progresión y otras. También se está progresando en la innovación, con la creación de nuevos espesantes, por ejemplo.
«Sin embargo», recuerda el logopeda de IMQ, «es crucial recordar que la tecnología solo es útil si va acompañada de profesionales con formación especializada. Por ello, desde entidades como el Colegio de Logopedas del País Vasco se apuesta por una actualización continua y específica de competencias en disfagia, garantizando que los avances tecnológicos se integren en una práctica clínica rigurosa».
El factor humano es igualmente esencial para las familias y cuidadores, con el fin de mejorar la seguridad y el bienestar del paciente. «Su participación en los cuidados básicos son relativamente sencillos pero fundamentales: evitar distracciones durante las comidas, asegurar que sólidos y líquidos mantengan la consistencia recomendada, reducir los volúmenes, evitar las prisas, cuidar la postura y mantener una higiene oral adecuada antes y después de cada ingesta», concluye Roberto Jurado López.

































































