La agresividad

Por Mª Jesús Álava Reyes, presidenta de Apertia-Consulting y de la Fundación María Jesús Álava Reyes. También dirige el Centro de Psicología Álava Reyes y el Instituto de Bienestar Psicológico y Social.

«Actualmente, por mucho que nos pese, hay un determinado culto a la agresividad. Algunos creen que para triunfar hay que ser insensibles, duros, trepas, mentirosos y agresivos. Pero se equivocan; eso no es triunfar, es arrollar, injuriar, engañar y aprovecharse de los demás».

La agresividad en la sociedad actual

Aunque nos cueste admitirlo, la agresividad sigue estando presente en nuestra sociedad, llamada “civilizada”, pero si reflexionamos mínimamente, ¿qué nos aporta la agresividad?, ¿está justificada como elemento de supervivencia?

La realidad es que hoy, en nuestro día a día, ya no necesitamos defendernos de los animales peligrosos que habitan en las selvas.

El ser humano es racional, y, como tal, debería ser un ejemplo de inteligencia aplicada, de conductas ecuánimes, relajadas y pacíficas. No obstante, ¡muchas personas hacen de la agresividad su baluarte y su arma más destructiva!

Características de las personas agresivas

La agresividad surge cuando hay un déficit de autocontrol emocional. La persona agresiva no controla sus impulsos y provoca daño o dolor en otras personas o cosas; incluso en sí misma.

Generalmente se trata de una persona impulsiva, insegura, inmadura y con tendencia a la autojustificación; aunque en algunas personas también se puede dar una agresividad impostada, conscientemente buscada; lo hacen para agredir, debilitar y dejar sin posibilidad de reacción a los demás.

La agresividad puede ser:

  • Insultos o voces altas.
  • No verbal: A través de la mirada o retirada de atención, de los silencios prolongados, gestos o acciones…
  • Física o psíquica.

«Las personas agresivas imponen sus puntos de vista y sus opiniones, empleando estrategias que generan miedo, culpa o vergüenza».

Diferencias entre agresividad y violencia

  • No es lo mismo agresividad que violencia.

La agresividad puede ser más sutil, más soterrada, incluso menos consciente. La violencia es más explosiva, más manifiesta y más voluntaria.

  • En realidad, la violencia es una forma activa de agresividad. La persona violenta siempre pisotea los derechos de los demás.
  • Existe una agresividad pasiva, mediante la manipulación, la crítica, la amenaza posterior… Es mucho más soterrada, pasa más inadvertida, pero no es menos grave.
  • La agresividad pasiva es muy típica de los manipuladores, que son personas profundamente inmaduras y egoístas, que justifican continuamente sus actuaciones.
  • La conducta violenta es un medio para conseguir determinados objetivos, cuando no somos capaces de hacerlo de otra forma. Revela siempre un déficit en habilidades sociales.
  • Otro problema surge cuando interpretamos las intenciones de los demás, en lugar de reaccionar ante hechos explícitos.

El juicio de intenciones es la causa más frecuente que nos puede llevar a tener reacciones violentas, desmesuradas y desproporcionadas.

La persona agresiva ¿nace o se hace?

  • Durante la infancia son habituales algunas conductas agresivas. El niño hace continuos aprendizajes, a través el ensayo y el error. Pero la persistencia de estas conductas en la edad adulta demuestra una clara desestructuración, que conviene subsanar de forma inmediata.
  • El factor genético a veces puede ser un condicionante, pero el factor ambiental también resulta determinante.

Es cierto que hay bebés que nacen siendo, aparentemente, agresivos; que todo les irrita, les enfada, les llena de insatisfacción, y cuando empiezan a crecer tienen un factor diferencial: parecen disfrutar con la agresividad; causando daño y provocando situaciones de gran tensión, de agresividad y de violencia.

  • Los padres con conducta agresiva enseñan a sus hijos comportamientos agresivos. Los niños aprenden por modelo y resulta incoherente pretender extinguir la conducta agresiva a través de otras conductas agresivas.
  • Los líderes con conductas agresivas incentivan la tensión y los comportamientos de agresividad.
  • La falta de pautas, normas de conducta, límites, hábitos… puede generar conductas agresivas en muchos niños. Ellos buscan ese límite, y cuando no lo encuentran nos provocan para que reaccionemos, para que les ayudemos a resolver ese conflicto, que ellos no saben encauzar.
  • Una educación sana, que busque siempre el equilibrio emocional, adaptada a las circunstancias y peculiaridades de cada niño, será nuestro principal baluarte.
  • Pero no nos engañemos, cuando estamos ante un niño, no travieso, sino claramente agresivo, activemos todas nuestras alertas, pero, fundamentalmente, activemos todas las ayudas que le podamos prestar, pues va a necesitar grandes dosis de amor, pero también de firmeza; de comprensión, pero también de límites; de oportunidades, pero también de consecuencias claras e inequívocas.
  • A veces estos niños necesitan un entrenamiento extra en autocontrol; un entrenamiento que deberemos actualizar permanentemente, hasta que cambien sus hábitos y disfruten con la tranquilidad, la concordia y los acuerdos; no con la agresividad, la tensión, las amenazas o la acción violenta.

Principales conclusiones sobre la agresividad

  • La agresividad nunca está justificada en una persona equilibrada, adulta o madura.
  • La agresividad es el fracaso de nuestra condición humana. Significa siempre ausencia de control emocional.
  • Un adulto equilibrado manifiesta conductas asertivas. Una persona asertiva es capaz de defender sus derechos sin agredir, exponiéndolos claramente, pero de forma controlada. Es una persona respetuosa, tolerante, que sabe defenderse y no se deja pisotear.
  • El modelo actual de sociedad no es asertivo, sino competitivo. Las personas pueden pensar que para triunfar es más útil ser agresivo que asertivo.
  • Recordemos siempre que te pueden agredir física o verbalmente, pero de ti depende que no te hundan emocionalmente.
  • Finalmente, nunca podemos tolerar la vejación, la falta de respeto o la humillación.

«Si nos sentimos impotentes, vencidas o perdidas ante determinadas conductas agresivas, nuestras o de otras personas, PIDAMOS AYUDA PROFESIONAL: nadie, empezando por una misma, merece la agresividad».