Por Mª Jesús Álava Reyes, presidenta de Apertia-Consulting y de la Fundación María Jesús Álava Reyes. También dirige el Centro de Psicología Álava Reyes y el Instituto de Bienestar Psicológico y Social.
A lo largo de nuestra vida, sufriremos diferentes decepciones; la mayoría de las veces serán a nivel individual, pero también podemos vivir fenómenos de decepciones colectivas, en los que mucha gente se “hundirá” cuando no se cumplan las expectativas que tenían con determinadas personas o proyectos.
Si lo analizamos en profundidad, resulta muy fácil decepcionar o que nos decepcionen; aunque, en el momento actual, quienes más se muestran decepcionados son los jóvenes y los adolescentes, que sienten que la vida que les espera no les resulta atrayente, o que experimentan un profundo dolor ante las primeras decepciones importantes que han sufrido.
Pero también podemos tener a muchos adultos que sienten que su escala de valores y creencias se ha venido abajo; que aquello que les daba seguridad y estabilidad de repente se ha caído o se tambalea.
Hoy abordaremos cómo podemos superar las decepciones.
¿Cuál es la decepción más dolorosa que sentimos?
Todos, en algún momento, sufrimos decepciones muy dolorosas: Padres que se sienten decepcionados por la conducta o los resultados académicos de sus hijos, parejas que se hunden ante la falta de entrega o la ausencia de amor o comunicación de la otra persona, amigos que se sienten traicionados, trabajadores que cargan con el trabajo que otros no realizan…; pero, sin duda, una de las peores experiencias es aquella en que nos decepcionamos a nosotros mismos/as.
Otra decepción muy dolorosa sobreviene cuando se nos cae “a plomo” nuestra escala de valores; cuando sentimos que el egoísmo se impone a la generosidad, que la mentira o la agresividad triunfan sobre la verdad y la tolerancia, y cuando parece que no hay justicia a nuestro alrededor.
En esos momentos nos puede invadir una profunda desilusión, que puede dar paso a una dolorosa desesperanza.
¿Qué experimentamos cuando sentimos decepción?
Experimentamos un estado de hundimiento, de decaimiento profundo, de dolor y sufrimiento.
En esos momentos sentimos abatimiento, nos encontramos sin fuerzas y con un ánimo muy pesimista y negativo.
En casos extremos hay personas que sienten que nada merece la pena, que todo el mundo les ha decepcionado, que han abusado de su buena voluntad y que no volverán a confiar en nadie.
Afortunadamente, si lo analizamos bien, comprobamos como la mayoría de las decepciones nos las podríamos haber evitado. No podemos otorgar nuestra confianza a quien no lo merece.
¿Hay algún antídoto contra la decepción?
El mejor antídoto es recuperar la ilusión y la esperanza
Las ilusiones nos hacen reaccionar en los momentos difíciles, nos ayudan cuando estamos cansados/as, apáticos/as, desilusionados/as…, y nos proporcionan la fuerza necesaria cuando necesitamos volver a creer en algo.
La ilusión siempre será nuestro principal baluarte, nuestro recurso más valioso y nuestra actitud más fructífera.
La actitud con la que vivamos nuestra vida determinará el éxito o el fracaso de nuestras acciones.
No se trata de engañarnos y negar la realidad. La clave es enfrentarnos a ella con el convencimiento de que podemos superar las dificultades.
En los momentos en los que hemos sufrido una decepción, entre nuestros mejores recursos estarán objetivar los hechos, extraer las lecciones aprendidas y utilizar el humor.
Si una persona está muy hundida, el humor le ayudará a superar las dificultades y encontrar mejores opciones, porque activa nuestra área creativa, nos proporciona el equilibro necesario para superar los obstáculos y nos proporciona la seguridad que necesitamos para perseverar y vencer las resistencias.
Volver a creer, volver a confiar, pasará por actuar con realismo, y no dejarnos engañar de nuevo por quienes se quieren aprovechar de nuestra buena disposición.
¿Cómo conseguimos superar las decepciones?
Activando nuestra capacidad para reaccionar y enfrentarnos a la adversidad; es lo que siempre hemos llamado resiliencia, que se refiere a la capacidad que podemos desarrollar para enfrentarnos a la adversidad.
En algún momento de nuestras vidas tendremos que hacer frente a las adversidades. De cómo lo hagamos dependerá que las superemos o que nos hundamos en el intento.
Tenemos que saber que la inseguridad o la necesidad de aprobación están en el origen y en la base de la mayoría de los sufrimientos y decepciones.
En el fondo, las decepciones llegan porque teníamos unas expectativas quizá poco realistas, porque nos hemos dejado engañar o porque pensamos que la gente tiene que actuar como nosotros/as queremos, y eso es un error de base, que hace que suframos decepciones innecesarias y hagamos juicios de valor muy subjetivos.
Si no uniéramos tanto nuestro bienestar a las reacciones de los demás, apenas sufriríamos decepciones, porque asumiríamos que cada persona tiene derecho a pensar y actuar de forma contraria a la nuestra. Y eso no tendría que ser una decepción. No será una decepción si no actuamos con ingenuidad y no creemos fielmente en aquello que no muestra razones objetivas para cumplirse.
Las personas con mucho equilibrio emocional sufren pocas decepciones, porque unen su bienestar a lo que está en su campo de acción: sus pensamientos, su actitud ante la vida y sus comportamientos. No caen en el error de dejar que sus emociones dependan de conductas ajenas, y tampoco se dejan engañar o ilusionar por quien no merece su confianza y su afectividad.
Estas personas analizan los hechos con objetividad y no se dejan engañar por las palabras o las promesas difíciles de cumplir.
¿Podemos medir nuestro estado emocional?
Sí podemos medir nuestro estado emocional, y de vez en cuando conviene que hagamos un pequeño test sobre cómo nos encontramos, si estamos animados/as o desmotivados/as, alegres o tristes… Es una forma de tomarnos el “pulso”, de medir cómo está nuestro termómetro emocional.
Si nuestros lectores desean saber en qué momento de su vida se encuentran, si están fuertes o débiles, llenos/as o vacíos/as, les animo a que intenten reflexionar y contestar “con calma” a las siguientes preguntas:
- Si pudiera elegir en estos momentos, ¿qué cosas desearía que cambiasen en mi vida?
- ¿Cuál es la persona más importante de mi vida? Ojo, una única persona.
- ¿Quién me ha decepciona más y qué estaba en la base de esa decepción?
- ¿Qué espero de los demás?; ¿qué les pediría?
- ¿Qué es lo que más me gusta de mí mismo/a?
- ¿De qué me siento más orgulloso/a?
- ¿Cuál ha sido el principal regalo que me ha hecho la vida?
- ¿Qué es lo que nunca me gustaría perder?
- ¿Qué es lo que más me preocupa en estos momentos?; ¿cómo voy a superar mis dificultades actuales?; ¿cuáles son mis principales resistencias para actuar de otra forma?
- ¿Cuál es mi mayor ilusión?
Cuanto más reflexionamos más aprendemos y más posibilidades tenemos de “gobernar” nuestras vidas.
En definitiva, sentirnos motivados/as dependerá, en gran medida, de cómo actuemos con nosotros/as mismos/as y con las personas que nos rodean.
El mejor elemento de motivación interna será el auto-reconocimiento, la valoración de nuestras acciones y la aceptación de nuestra forma de ser, de sentir y de actuar.
Reflexión final:
Pocas cosas resultan tan desoladoras como la traición de una persona en la que confiabas. Ante la deslealtad de otros, no te falles a ti, y no dejes de luchar por tus valores y tus principios. ¡Qué mejor compañía que tu coherencia y tu compromiso!