Por Alfonso Linares, Desarrollo de Negocio de Correduidea
Hola, soy Alfonso Linares, tengo 56 años y soy lo que muchos llaman sénior. No vendo pólizas; ayudo a que se vendan mejor. Mi trabajo consiste en ordenar procesos, entrenar equipos y aterrizar tecnología en el sector asegurador. Cada día sé más de desarrollo de negocio, de seguros y de personas, y también de transformación digital, ciberseguridad e inteligencia artificial. Me gano la vida conectando oficio y tecnología, para que equipos reales consigan resultados reales.
La tecnología me da músculo, pero el oficio me da pulso.
Nos llamaron sénior como quien bautiza una estantería del archivo. Curioso: cuando la omnicanalidad dejó de ser un eslogan y la IA pasó de promesa a herramienta, seguíamos aquí. Probando, corrigiendo, montando asistentes que ahorran horas, pero reservando para la voz humana lo que paga las primas: la decisión, el matiz y la calma.
En nuestro caso, la experiencia no es un trofeo polvoriento; es un gran mapa mental de atajos. Nosotros sabemos dónde se rompen los procesos, qué preguntas abren una venta y qué promesas acaban en queja. Hablamos idioma “cliente” sin perder rigor técnico. Y, lo más valioso, aprendemos en público: si algo no lo sabemos, lo investigamos y mañana es un conocimiento para el resto del equipo.
A veces al sector le entra prisa, entiendo perfectamente la fascinación: la juventud huele a futuro, pero el futuro sin memoria es un déjà vu muy caro. No se trata de elegir un perfil, la energía sin memoria se quema; la memoria sin energía se enfría.
Hoy usamos la IA como exoesqueleto. Le pedimos que haga los deberes: ordenar carteras, detectar infraseguros, redactar comparativas claras, destapar duplicidades. Y entonces entramos nosotros: interpretamos, priorizamos, miramos a los ojos y cerramos. La tecnología quita fricción; el sénior quita el miedo.
«A veces al sector le entra prisa, entiendo perfectamente la fascinación: la juventud huele a futuro, pero el futuro sin memoria es un déjà vu muy caro. No se trata de elegir un perfil, la energía sin memoria se quema; la memoria sin energía se enfría».
Pongan un sénior al principio de la cadena, no al final. Denle nombre y apellidos en la propuesta, silla en la reunión tensa y foco en el momento de la verdad: el de “sí, adelante”. El talento júnior empuja la curva; el sénior la suaviza para que no descarrile. Y juntos convierten canales en experiencias y productos en proyectos de vida.
Quieren rentabilidad. Perfecto: visibilicen al sénior en ventas consultivas, en siniestros complejos, en compliance con criterio, en formación interna. Quieren reputación, mejor: que el cliente vea que detrás de la web hay personas con memoria. Quieren innovación, ideal: mentores que documentan el saber hacer y lo empaquetan en procesos, plantillas y automatizaciones.
Antes de cerrar, concedamos un minuto a quienes necesitan cifras para mover ficha. La demografía empuja con fuerza: hoy, alrededor de una quinta parte de España tiene 65 años o más y, según las proyecciones oficiales, hacia 2040 nos acercaremos a un país donde uno de cada tres será 65+. En un mercado así, el asesoramiento que combine cabeza fría y empatía (ese que se entrena con años de calle) deja de ser “deseable, pero no esencial” para convertirse en ventaja competitiva.
El poder de compra acompaña ese cambio. La llamada Silver Economy europea ya movía billones de euros a mediados de la década pasada y sigue creciendo hasta situarse entre las grandes “economías invisibles” del planeta. Traducido a nuestro idioma de seguros: hay ahorro, hay patrimonio y hay proyectos vitales que proteger, de la segunda vivienda al negocio familiar.
La riqueza también se ha desplazado por edades. En las últimas dos décadas, los hogares más mayores ganaron músculo patrimonial mientras los más jóvenes lo perdían. ¿Qué significa en nuestra mesa de trabajo? Carteras con más activos a asegurar, primas medias más altas… y una responsabilidad mayor para no fallar en el consejo. Un sénior que ha visto mil pólizas nacer y otras tantas renovarse sabe distinguir entre lo accesorio y lo importante cuando alguien te dice: “esto es mi vida, cuídala”.
Incluso en ramos tan emocionales como decesos, la cifra habla de cultura aseguradora: más de veinte millones de asegurados y una mayoría de sepelios gestionados por el seguro. Y, por si alguien aún se agarra al tópico de “mis clientes mayores no son digitales”, la foto ha cambiado: entre los 65 y 74 años, la gran mayoría usa Internet y cada curso se acorta la brecha a partir de 75. No necesitan un tutorial eterno; necesitan que les acompañemos con respeto, claridad y tiempo. Justo lo que el oficio sénior sabe dar.
En resumen, los datos no contradicen al relato: lo confirman. El país envejece, el patrimonio madura, la llamada economía de plata pisa fuerte, el seguro sostiene a la economía real y los mayores están cada vez más conectados. Si de verdad queremos poner al cliente en el centro, poner al sénior más cerca del centro es simple coherencia.
Llamadlo como queráis: talento veterano, experiencia líquida, mentoría con esteroides de IA. Yo lo llamo ventaja competitiva inmediata. Podéis ponerlo en el escaparate, colgarlo en la estrategia o vendedlo sin complejos.
Que el mercado escuche fuerte y claro: Sí, sénior. Y ahora, a trabajar.
































































